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Algunos fragmentos de El gen lazarillo

EL MOVIL MALDITO

"La oficina en la que trabajaba era un espacio despersonalizado, de colores grises y azules apagados, en los que era muy difícil sentirse cómodo. Se había diseñado así  intencionadamente. La administración había contratado a un interiorista que jugó hábilmente con las conceptos de frialdad y desolación, buscando ese look, demandado por su cliente, que ayudara a que los usuarios, una vez dentro, solo pensaran en marcharse; en salir rápidamente  a un mundo exterior mucho más vivo.

Federico aún no había llegado, por lo que Mateo pudo observar detenidamente la fortaleza inexpugnable en la que su compañero había convertido su lugar de trabajo. Sólidos expedientes AZ, bien rellenos de documentación se apilaban en línea en el borde exterior de su mesa, formando una muralla infranqueable que impedía cualquier intentona de contacto humano, violación del espacio aéreo, o incluso mero apoyo en la misma, por el usuario. Federico también había sustituido la silla ligeramente acolchada del mobiliario oficial por un pequeño taburete cojo de madera. Quería evitar que el confort confundiera al enemigo. De habérselo permitido la ley, hubiera sido fácil imaginárselo, parapetado, arrojándoles aceite hirviendo a los usuarios desde el otro lado de los expedientes, como única respuesta a sus preguntas"

HISTORIAS DE TENDEDERO II

"Diego de Marcilla se había mudado recientemente a la cuarta planta de un bloque, como los del resto de la calle, de más de veinte plantas, separado escasos metros de los de enfrente. Las edificaciones estaban tan pegadas que si quería ver la luz del sol tenía que salir a la terraza y mirar hacia arriba, buscando el alejado final de un túnel, tras el cual se accedía a un pequeño lienzo de color azul esperanza. Mirar al cielo lo reconfortaba, porque su vida no era azul, sino gris, tan gris como la penumbra por la que deambulaba en el interior de su vivienda. Desde hacía años se había acostumbrado a encerrarse en casa tras salir del trabajo. Le daba vergüenza salir con sus amigos, todos estaban ya emparejados y se sentía incómodo y desplazado al verse convertido en un testigo involuntario de sus caricias furtivas, de sus lúbricos besos, al escuchar los amorosos comentarios con los que estos, dichosos enamorados, empalagaban sus oídos.

Isabel de Segura llevaba viviendo en la planta cuatro, del gigantesco bloque de enfrente, desde hacía más de un año. Se había mudado al centro buscando algo más de integración social, pero no había encontrado más que la soledad, y el anonimato, de un hormiguero en el que nunca se había sentido la reina.

Se conocieron un día de colada. Cuando se vieron por primera vez, cargando sus cestos de ropa mojada la sorpresa fue mayúscula. No se saludaron. Hacía tiempo que la falta de práctica, les había hecho perder la facultad de la conquista, a través del arte de la retórica"

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